‘Memorias de un caracol’: Hay que salir del caparazón interior

Tras ocho años de rodaje, el segundo largometraje del cineasta australiano Adam Elliot, finalmente vio la luz. Como ya lo había hecho con Mary and Max (2009), se trata de una película de animación stop-motion con plastilina sobre personajes marginados socialmente.

Gilbert y Grace, en “Memoir of a Snail” (2024)

Narrada en primera persona, Memorias de un caracol cuenta la historia de vida, o como su director prefiere decir, la “clayografía(mezcla de clay, “arcilla” y biografía) de Grace Pudel (Voz de Sarah Snook, Shiv en Succession), una chica australiana con problemas para sociabilizar y una gran pasión por los caracoles. Desde pequeña ella se ha sentido diferente al haber nacido prematura y con el labio superior roto, pero desde entonces ha sido su hermano mellizo Gilbert (Kodi Smith-McPhee) quien la ha protegido y acompañado en cada situación adversa y burla recibida.

Sin embargo, la temprana muerte de sus padres hará que los servicios sociales los separen y sean adoptados por familias en diferentes estados del continente australiano. A partir de allí, de forma similar a Mary and Max, los personajes comenzarán a comunicarse mediante correspondencia y se mantendrán actualizados de la triste existencia que ambos conllevan. Mientras tanto, Grace se verá cada vez más encerrada en su propio caparazón: profundizará su afición al coleccionismo de caracoles, conseguirá un trabajo en la biblioteca (dónde, al igual que su hermano, amaba pasar el tiempo) y hará buenas migas con Pinky (Jackie Weaver), una anciana solidaria y desfachatada repleta de anécdotas (como haber jugado tenis de mesa con Fidel Castro) dignas de un spin-off.

Un relato agridulce

El humor (negro, grotesco) sigue siendo un sello característico del cine de Elliot. En Memorias de un caracol Irrumpe a cada momento, gracias a la contraposición de la tristeza que emana el relato de Grace, con las imágenes 100% artesanales que la acompañan. Cada cuadro ilustra los momentos dolorosos de su vida o los exagera, de una forma lúdica que solo la plastilina puede lograr, imprimiendo a este relato trágico un tono fantástico, que nos recuerda a los mejores momentos de Tim Burton o a clásicos como Amelie (2001).

Grace y Pinky en “Memoir of a Snail” (2024)

Los momentos oscuros, por su parte, nunca dejan de llegar. Quizás por momentos resulten demasiado exageradas las penas que vive esta pareja de hermanos, pero la propia animación y el personaje de Pinky se encargan de dotar al film de una buena dosis de ternura para contrarrestar. Y, en el balance general, hasta termina resultando más optimista y esperanzadora de lo que uno espera. Al final, se impone ese espíritu de resiliencia, inmortalizado en una frase que la anciana le dice a Grace y que resonará en nuestras mentes una vez terminada la película: “La vida solo puede entenderse hacia atrás, pero debe vivirse hacia adelante”

Ocho años de rodaje

Volviendo a la arcilla, es notable la minuciosidad con la que se elaboró cada maqueta y personaje de Memorias de un caracol. Las texturas tan palpables a la vista, las arrugas que cuentan mil historias en el rostro de cada adulto, las cicatrices que marcan los recuerdos a los que los protagonistas se aferran. También, cada pequeño gag visual y referencia cultural que adorna estanterías de bibliotecas o repisas en un supermercado.

Gilbert, Grace y su padre, en “Memoir of a Snail” (2024)

Con una iluminación sepia, nos recuerda al mundo de Mary, aquella inocente niña de Mary and Max, y dista de la oscuridad total del blanco y negro en el que estaba sumergido el anciano Max. Quizás se encuentre uno o dos escalones por debajo de esta película, que es la obra maestra del realizador. En aquel largo, la inconexión entre los dos personajes era mucho más sentida y desgarradora, y a su vez, las situaciones terribles a las que se veían expuestos, resultaban menos predecibles. Pero si algo está claro, es que Elliot tiene muchísima sensibilidad para contar este tipo de historias, en las que una buena parte del contenido califica de autobiográfico. Tanto es así que, para el bellísimo final, el relato se vuelve meta-cinematográfico.

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