‘Aún estoy aquí’: Brasil y un ejercicio de memoria que deja en lo más alto al cine latinoamericano

‘Aún estoy aquí’ (‘Ainda estou aqui’) es la última película del director brasileño Walter Salles y, también, la última ganadora del Oscar en la categoría Mejor Película Extranjera. En esta crítica, te contamos qué nos pareció esta producción que deja al cine de nuestro continente como uno de los mejores del mundo.

Su trama se centra en el caso de desaparición forzada del ex congresista Rubens Paiva en 1971, un hecho ampliamente denunciado y comentado en la prensa internacional durante la última dictadura militar acontecida en Brasil entre 1964 y 1985. El guion, está basado en el libro homónimo autobiográfico de su hijo Marcelo Paiva.

La cámara, el principal testigo

La cámara de Salles (quien ya había sido nominado al óscar por “Estación central” y “Diarios de motocicleta”) se introduce en el seno de la familia conformada por el matrimonio de Rubens Paiva (Selton Mello) y Eunice Facciolla (Fernanda Torres), la cual será la protagonista de la historia. También se encuentran sus cinco crianças: Eliana, Nalu, Babiu, Veroca y un único varón, Marcelo.

Para hacer valer estos momentos, se utilizan tomas grabadas con una cámara casera. El grano del celuloide y los orificios de la cinta de Super-8 no solo brindan mayor intimidad al relato y contribuyen a construir sentido documental, sino que también permiten  completar y darle un cierre al concepto de ausencia, sobre el que versa el título de la película. Así, se nos sumerge en el mundo de los recuerdos y de la memoria.

El recurso se repite inteligentemente, primero para introducirnos a la mayor de las hijas, Veroca, una joven melómana que planea especializarse en Sociología y, que por decisión de sus padres, viajará a Inglaterra para realizar sus estudios. Ella suele filmar con la cámara infinidad de momentos familiares y, una vez llegada a Londres, enviará entretenidas cartas que ilustrará con pequeñas películas.

Un mundo íntimo pero revelado

Este mundo intimista y relajado se verá interrumpido a lo largo del film, que se encuentra ambientado en el contexto del régimen dictatorial: Veroca y su grupo de amigos serán detenidos por la policía sospechados por terroristas; noticias en la televisión informan sobre atentados contra diplomáticos en el país; helicópteros de la Fuerza Aérea sobrevuelan el mar carioca mientras Eunice hace la plancha; llamados misteriosos al teléfono y a la puerta irrumpen durante la noche.

Finalmente, se produce el secuestro. Un grupo de hombres golpea la puerta de la casa con la excusa de interrogar a Rubens, quien se despedirá de su familia y se irá en auto para no volver. Se llevarán a Eunice y su hija Eliana para ser interrogadas. La película escala al género de terror rápidamente, para mostrar el modus operandi de los grupos armados, similar al del resto de dictaduras latinoamericanas. Una capucha en la cabeza, pantalla en negro y gritos como sonido ambiente serán suficiente para erizarnos la piel, sin necesidad de caer en morbosas imágenes de tortura.

Todo está guardado en la memoria

Producida la desaparición del padre, las imágenes que fueron recolectadas a lo largo del film volverán nuevamente sobre el final con mayor peso y un nuevo sentido, dado por la fantasmal figura de Rubens construyendo castillos de arena en la playa junto a sus hijos. La ausencia se convierte ahora en hecho político, clara muestra del terrorismo de estado en la región.

La película se extiende en su tramo final en la lucha de Eunice por los derechos humanos de su país. Un acta de defunción hará, paradójicamente, sonreír a la mujer y a sus hijos, quienes tanto lucharon para dar un cierre a esa herida abierta por veinticinco años. El recuerdo permanecerá siempre en la memoria de todos ellos. Incluso en la de Eunice, afectada por el alzhéimer, quien recobra la lucidez y la sonrisa al escuchar por televisión el nombre de su amado compañero.

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